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El tratamiento integrado según el método sincrónico-secuencial

El método integrado sincrónico-secuencial tiene sus raíces científicas en los conceptos de reaprendizaje cerebral y de neuroplasticidad. El reaprendizaje cerebral y la neuroplasticidad, que son fundamentales para el proceso de cuidado y curación, se basan en la posibilidad de que esto ocurra en un sistema fisiológicamente íntegro, cuando es “estimulado” de manera adecuada. La presencia de factores que alteran el equilibrio cerebral no permite instaurar los procesos mentales (psicofísicos) en la base del reaprendizaje.

En la base de nuestro enfoque clínico se encuentra un modelo biopsicosocial y relacional del individuo y del cuidado, que hace referencia explícita a las teorías e investigaciones de autores como Lurjia, Vygotskij, MacLean, Edelman, Damasio, Ey, Jackson, Panksepp, Kandell, etc. Según este modelo, la mente, que es el resultado de un proceso de interacción entre una estructura (el cuerpo) y un entorno (el mundo), tiene la función de organizar (precisamente a través de las relaciones que establece con el entorno) la estructura de la que ella misma emerge. En este sentido, la mente es una función de la relación, que está enraizada en el cuerpo, pero que no se realiza completamente en el cuerpo. De ello se deriva que el sujeto (la persona, el Individuo) será siempre un sujeto relacional. Por lo tanto, la mente no está dada de una vez por todas, sino que se modela en la interacción continua con su propio contexto (entorno, otros, etc.) y, con ella, también sus manifestaciones fenomenológicas, como por ejemplo los síntomas de un trastorno mental, no podrán sino seguir el mismo destino.

El modelo bio-psico-social enmarca la manifestación de cada trastorno psíquico como expresión de una combinación articulada y compleja de elementos interrelacionados tanto biológicos como experienciales. Los factores de riesgo para la aparición y el mantenimiento de los trastornos psíquicos se dividen tradicionalmente entre factores de vulnerabilidad y factores de resiliencia. En esta perspectiva, un trastorno resulta ser un desarrollo alterado de la adaptación normal del individuo, determinado por la interacción entre eventos traumáticos y vulnerabilidad individual, que a su vez está influenciada por factores biológicos, psicológicos y sociales, también en relación de interacción recíproca. Todo esto ocurre dentro de una matriz histórico-cultural en la que el sujeto está inmerso, y a lo largo de una dimensión temporal de la vida, durante la cual el grado de vulnerabilidad cambia continuamente.

Podemos observar cómo la salud (y la enfermedad) son una función individual - sobre una base probabilística - de la interacción entre vulnerabilidad (resiliencia) y ambiente (experiencia, acontecimientos, casualidad, sociedad, historia, cultura). Es claro cómo esta perspectiva insiste en 3 conceptos clave: 

  • predisposición y vulnerabilidad;
  • probabilidad (por lo tanto, abandono de un modelo determinista por uno probabilístico);
  • dimensionalidad (en lugar de categorialidad). 
  • algunos momentos críticos del ciclo vital (a menudo bien definidos e identificables);
  • momentos críticos de la vida familiar (noviazgo, matrimonio, embarazo, nacimiento de los hijos, separación, divorcio, alejamiento de los hijos, presencia de ancianos a los que cuidar, muerte de familiares, etc.);
  • eventos particulares de la vida estresantes (negativos y positivos); varias formas de malestar y desarmonía social (desempleo, emigración, dificultades de vivienda, mal funcionamiento de los sistemas escolares y sanitarios, etc.).

Podemos considerar entonces, en términos clínicos, la condición humana como un viaje de la salud a la enfermedad que ocurre continuamente en ambos sentidos y en el que el equilibrio entre múltiples factores determina, de manera sincrónica y secuencial, la dirección del vector. A modo de ejemplo, podríamos describir al menos cuatro “etapas” de este viaje de ida y vuelta entre la salud y la enfermedad:

1)     Una condición de BIENESTAR: definible como la condición existencial en la que hay una relativa y suficiente satisfacción de las necesidades y una buena calidad de vida;

2)     Una condición de MALESTAR: donde el sufrimiento no es generalizado, sino que afecta a algunos momentos y condiciones específicas;

3)     Una condición de TRASTORNO: en la que el sufrimiento es más intenso, persiste en el tiempo y los síntomas se vuelven evidentes y manifiestos, involucrando de manera significativa y generalizada (recurrente o persistente) las principales áreas del funcionamiento biopsicosocial del individuo;

4)     Una condición de trastorno ESTABILIZADO: donde el trastorno ya se ha prolongado durante años y a menudo se complica por «tratamientos» inapropiados.

Las características de estas “etapas” nunca se definen en términos de categorías, por así decirlo, iconográficas, sino en términos de dimensiones fluidas y dinámicas, aunque dotadas de algunos atributos (constelaciones sintomatológicas, signos, indicadores, pródromos, etc.) representativos y significativos desde una perspectiva diagnóstica y pronóstica.

A la luz de lo expuesto, es evidente que un enfoque para el tratamiento de los trastornos mentales solo puede darse en el contexto de la integración de las intervenciones. Por integración aquí se entiende: la SECUENCIALIDAD y la SINCRONICIDAD de las intervenciones: qué, quién, cómo, cuándo tratar, se convierte en un verdadero trabajo en equipo, donde la dimensión relacional guía constantemente cada acto clínico.

La técnica utilizada con nuestro método permite, mediante un uso “moderno” de la farmacoterapia y una gestión cuidadosa y modulada de la misma (en los casos necesarios), iniciar procesos psicoterapéuticos, psicoeducativos y rehabilitadores propios de la óptica de la integración.

La posibilidad ofrecida es la de investigar de manera científica, tanto clínica como técnica, las problemáticas manifestadas y/o detectadas en una primera visita, siguiendo luego un recorrido evaluativo y diagnóstico altamente estandarizado con medios técnicos de primer nivel y científicamente validados.

Psicología, Psicoterapia y Neurociencias:
una perspectiva de integración gracias al estudio de los circuitos neuronales y a las aportaciones de la epigenética

I avances en el campo de las neurociencias ocurridos en los últimos 10-15 años, están dando un impulso decisivo para que la psicología, la psicoterapia y la misma psiquiatría dejen de estar confinadas al papel de prácticas empíricas, más o menos supersticiosas, y pasen a formar parte con pleno derecho del mundo de la ciencia, incluso en aquellos sectores “duros” que aún mantienen un enfoque muy escéptico hacia todo lo que no presupone una cuantificación y medición “objetiva” exacta y lineal. No es casualidad que precisamente la psicoterapia haya atraído recientemente un notable interés incluso en ambientes tradicionalmente dominados por la biología, como lo demuestran los numerosos estudios publicados en revistas antes inaccesibles.
Esto ha sido posible sobre todo porque en los últimos años se han desarrollado y perfeccionado metodologías (como las técnicas de neuroimagen, pero no solo) capaces de detectar medidas “objetivas” con el fin de mapear y evaluar aquellos cambios “subjetivos” que ocurren durante el tratamiento. Incluso la prestigiosa revista Nature (considerada el templo mundial de la biología) ha dado espacio a la relación entre psicoterapia y biología y al estudio de los circuitos neuronales subyacentes, publicando recientemente una ingeniosa investigación que pone en evidencia los efectos de la estimulación bilateral sensorial alternada (abs) sobre el fenómeno del “miedo aprendido”, fenómeno que está en la base de muchos trastornos como la ansiedad, la evitación, las fobias, el trastorno de estrés postraumático, etc. La abs es un procedimiento fundamental del EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares), una técnica psicoterapéutica que con el tiempo ha acumulado muchas evidencias clínicas, convirtiéndose en un tratamiento ampliamente difundido útil para un conjunto de trastornos relacionados con el trauma, el miedo, pero también en muchas otras condiciones clínicas. En la base de la investigación, cuyos resultados han sido publicados en un artículo titulado “Neural circuits underlying a psychotherapeutic regimen for fear disorders” está la idea de que un mejor conocimiento de los circuitos cerebrales responsables de la elaboración de estímulos amenazantes (los llamados circuitos del miedo) puede contribuir al desarrollo de tratamientos más eficaces y no invasivos, como por ejemplo las técnicas psicoterapéuticas. Con este fin, los investigadores aplicaron a ratas un protocolo de estimulación sensorial bilateral alternada logrando neutralizar (es decir, extinguir) la llamada “memoria del miedo”. Los resultados obtenidos estuvieron en línea con las expectativas, de hecho los ratones expuestos a la condición de tratamiento con abs mostraron una disminución significativa de la “memoria de miedo” y este resultado no disminuyó con el tiempo, ni tras modificaciones ambientales (lo que significa que se había generalizado).

Como señala el famoso neurocientífico J. Le Doux, si bien por un lado el uso de modelos animales en la investigación puede ser útil para estudiar el funcionamiento cerebral y comprender aspectos relevantes para la clínica, por otro lado siempre existe el riesgo de antropomorfizar fenómenos que pueden tener un significado muy diferente en el mundo animal respecto al humano. Está claro que estos resultados, aunque muy claros y sugestivos, deben interpretarse con cautela, sobre todo si se relacionan con el EMDR en situaciones clínicas. Ante todo, lo que nosotros definimos como “miedo” en los estudios preclínicos en animales no distingue la experiencia “subjetiva” del miedo (que es un aspecto central del sufrimiento humano en los trastornos fóbicos), de lo que representa en cambio el conjunto específico de respuestas conductuales ante la amenaza propias de cada especie. Ignorar tales diferencias no hace más que confirmar una vez más una visión antropomórfica del comportamiento y de la mente animal y banaliza así la complejidad experiencial del miedo humano, que en gran medida depende de factores cognitivos, sociales y culturales. Otro aspecto importante que debe imponer cautela se refiere al hecho de que la eficacia del EMDR respecto a otros tratamientos es todavía hoy objeto de debate, también porque buena parte de los mecanismos subyacentes a las psicoterapias en general, y al EMDR en particular, no han sido hasta ahora identificados y evaluados con datos inequívocos. Además, la idea de que exista en los ratones un mecanismo específico análogo al que está en la base de la eficacia del EMDR podría efectivamente orientar el debate en curso, pero por los motivos equivocados. Mientras que los circuitos subcorticales implicados en el estudio de las ratas son comunes entre los roedores y los humanos, la experiencia del miedo misma puede perfectamente involucrar circuitos corticales que en cambio faltan en las ratas. En síntesis, un resultado experimental, efectivamente importante obtenido en un modelo animal debería servir de estímulo para todos aquellos investigadores que se ocupan del EMDR, y de la psicoterapia en general, con el fin de diseñar estudios clínicos más específicos.

Desde nuestro punto de vista hay otro aspecto interesante. El hecho de que una revista como Nature, considerada la cumbre del dogmatismo biológico, dé espacio a una investigación sobre los efectos neurobiológicos de una técnica psicoterapéutica, es la señal de que la forma de pensar las neurociencias, y la biología en general, ha cambiado realmente. Ha pasado mucha agua bajo el puente desde que el premio Nobel Crick (uno de los dos descubridores de la doble hélice del ADN) propugnaba precisamente en la revista Nature (1970) lo que hasta hace pocos años se consideraba el dogma central de la biología molecular, en virtud del cual prácticamente se excluía cualquier influencia de la epigenética sobre la cadena ADN-ARN-Proteína. Ahora sabemos bien que las influencias prenatales y de la primera infancia tienen un impacto duradero sobre el fenotipo, es decir, sobre cómo se expresan los genes y sobre la manera en que los circuitos neuronales se consolidan a lo largo del tiempo. Sabemos además que es posible transmitir por vía transgeneracional los llamados “marcadores epigenéticos” tanto como ciertos “modelos de pensamiento” se transmiten de padres a hijos. Esto influye en la expresión génica (que a su vez tiene un impacto sobre la neuroplasticidad) y la formación de neurocircuitos que pueden favorecer una elaboración “desadaptativa” como efectivamente se observa en muchas condiciones de malestar mental.
Además, es importante subrayar, como explica bien el modelo bio-psico-social, que los factores genéticos (constitucionales) combinados con las eventuales adversidades de la vida no llevan inexorablemente a resultados nefastos, sino que están sujetos a una fluctuación probabilística que dependerá de un conjunto de factores complejos e interconectados. De hecho, conceptos como “vulnerabilidad” y “resiliencia” están siendo cada vez más integrados en el marco de la “susceptibilidad diferencial”, haciendo referencia a cómo determinados factores ambientales correctivos pueden promover el cambio epigenético y reconfigurar en sentido adaptativo la neurobiología individual, determinando en última instancia la mejoría sintomática. De hecho, la investigación está demostrando progresivamente que muchas formas de intervención psicológica (pero podríamos ampliar el concepto a una serie de intervenciones de tipo psico-social, que van desde la llamada talking therapy, es decir, la psicoterapia tradicional, hasta modalidades de intervención menos ortodoxas, como por ejemplo la meditación, algunas artes marciales, etc.) inducen modificaciones en la expresión génica que codifica y modula los receptores celulares y los neurotransmisores, proporcionándonos así un modelo que explica en sentido amplio los posibles mecanismos de acción de las intervenciones psicológicas que resultan eficaces en el tratamiento de las psicopatologías.
La psicoterapia representa precisamente uno de estos factores (¡de hecho, un factor central!). Es precisamente en estos aspectos en los que se ha centrado una amplia y profunda revisión realizada por Miller, y publicada por Psichiatry Journal en 2017.
Considerando entonces los datos de investigación que se van acumulando y el progresivo reconocimiento de la influencia epigenética sobre la neurobiología, podemos concluir citando a Berezin. Él, en un breve pero clarísimo artículo en Psychology Today, uno de los portales online más difundidos entre los no especialistas, no solo afirma que la psicoterapia representa un tratamiento biológico, sino que incluso llega a considerarla el tratamiento biológico de elección...capaz por un lado de desactivar los "mapas" neuronales desadaptativos y por otro de promover caminos (podríamos decir "circuitos") nuevos y más constructivos... En la práctica, la psicoterapia nos pone en condición de crear nuevas "interconexiones neuronales", que resultan ser más adaptativas, funcionales, en otros términos más “sanas”. La psicoterapia, por tanto, es capaz de transformar, reparar, curar y lo hace también, y sobre todo, a través de modificaciones de la neurobiología.

En otras palabras, el enfoque se desplaza progresivamente hacia el individuo y la singularidad de cada caso, y los factores de riesgo para los trastornos mentales pasan así a constituir también dimensiones relacionales en las que el equilibrio entre vulnerabilidad y resiliencia juega un papel determinante en la aparición y el curso. Es evidente que entre los factores de riesgo habrá algunos más significativos que otros, tales como: 

Centro Integrado de Psicología y Psiquiatría C.I.Psi Clodio

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